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La mancha angosta que se vuelve océano
en las madrugadas de teclas y desvelos
se hace cómplice de las luces
que comparte la momentánea felicidad
de un fragmento de la nada.
La risa del computador no deja oír
se niega a quedar en los escalones numerados
en notas inexploradas
en un borrador de miseria y soledades.
Correos sin sonrisas
ni carteros
una etiqueta que no aporta nada
que no calma el tedio
y la mancha angosta
que se vuelve océano
recuerda la diferencia
de los estúpidos horarios.
Y en la ladera de la colina
queda la soledad haciendo guardia
esperando que se caiga
la ficticia conexión
que aún nos queda.